Al principio de este año futbolístico (los años
para los futboleros empiezan como para los estudiantes en septiembre) todos los
athleticzales sabíamos que este día llegaría. Sí, es cierto. Pero no lo
extrañábamos tanto, porque justo al lado de nuestro querido San Mamés ya
estaban levantando el nuevo campo. Un campo que controversias aparte no iba a
llevar el mítico arco de la Catedral.
Tampoco creo que sin el arco vayamos a ser
diferentes, pero es un símbolo, quizás no como el árbol de Gernika, pero para
nosotros es importante y debiéramos conservarlo, a ser posible cerca del actual
emplazamiento y que siga recordándonos lo que este centenario campo ha
significado para todos.
A mí en particular, lo vivido bajo ese arco, me trae muchos recuerdos y todos
buenos. Creo que mi subconsciente no recuerda los partidos malos, o aquellos en
los que nos jugábamos el descenso. Seguramente porque siempre salimos airosos,
siempre en primera y siempre apoyando al equipo, algo que otros no pueden
decir. Así que iré con los recuerdos buenos, los mejores de mis 31 años de
socio, que se los debo a mi padre y a mi madre, a quienes nunca podré estar lo
suficientemente agradecido de haberme hecho el maravilloso regalo (y cada 6 de
enero lo siguen haciendo) de ser parte de esta gran familia, que se reúne con
mayor asiduidad que la propia si te descuidas, y que comparte algo que sólo los
que lo conocen pueden entender. Y los que no, podéis ver la película Fever Pitch sobre el Arsenal que se acerca bastante. De hecho, mi carnet ha sido utilizado por amigos que han podido comprobar que este estadio es diferente y único. Y he podido hablar en persona con Michel, y como él me dijo, el himno no suena en ningún otro lado como suena en San Mamés.
El ritual dominguero de mi infancia era el de salir corriendo con la comida en la boca un domingo
a las cinco menos veinte. En casa siempre hemos sido de comer
tarde (y de llegar) con lo que la carrera hacia el bote (barquito en el que se
hacinaban unas 30 personas con serio riesgo de hundimiento en la ría) para
después subir las cuestas de Olabeaga era toda una aventura, con un añadido de peligrosidad: el
humo de cientos de puros que sinceramente no molestaban como ahora, ese olor
que hasta hace bien poco siempre he relacionado con tardes de fútbol.
En días
de sol, dependiendo en qué localidad estuvieras el verde de la Catedral
brillaba como si fuera el mismísimo Edén, y Dios, que seguramente si le gustara
el fútbol sería del Athletic, compartiría la bota de vino con los aficionados
de turno. Esa bota, que generación tras generación, junto con la bufanda y el
bocata de las noches coperas son símbolos que nadie puede borrar jamás. Pasaron
las Ligas de los 80 y nuestro equipo empezó con sus altibajos. Los demás
equipos se reforzaban con extranjeros y cada día era más difícil ganar -antiguamente, meterle cuatro a la U.D. Las Palmas era de lo más normal, ahora
viene el Getafe o el Mollerusa y te echas a temblar-; pero fuera aparte los más recientes éxitos de la Europa League, que creo han marcado un antes y un después por las formas (Bielsa quédate) en
San Mamés, recuerdo con nostalgia los partidos en los que plantábamos cara y muchas veces ganábamos al Madrid y al Barcelona, las eliminatorias europeas contra
Liverpool, Newcastle o Parma, el partido del centenario contra Brasil o la
tourné del Milan patrocinada por TeleBerlusinco en la que venían de equipo
imbatible hasta que supieron lo que es San Mamés. Y es aquí donde quiero llegar
porque el protagonista es este. Nuestro campo cumple cien años y aunque el
nuevo llegue a los trescientos, el espíritu que tenemos que lograr trasmitir al
nuevo es el de que aquí no gana nadie si no suda la gota gorda. Somos grandes
porque los equipos venían aquí a demostrar que eran merecedores de jugar en la
Catedral. Y para seguir siendo respetados debemos seguir con los cánticos y con
la presión que por sí solo trasmite el nombre de San Mamés. La misma presión
que levantó un 2-0 al Sevilla en veinte minutos para clasificarnos para la final de Copa de 2009
y de la que el presidente Del Nido aún conserva su propia canción.
Decir adiós es duro, pero si sirve para encarar el
futuro del club de fútbol más grande con optimismo, bienvenido sea. Igual
que los corazones y las gargantas de todos los que alguna vez se han sentado en
estas gradas, continuaremos alentando a nuestro Athletic en San Mamés
Barria. En este campo los triunfos van más allá de los puntos y de las
copas, y lo que se gana en cada partido se debe mantener como nuestra tradición,
invicta con el paso de los años. El abrazo al desconocido de al lado, que vota a otro partido político que no es el tuyo, o que escucha música con la que tú vomitarías, dice mucho de lo que es pertenecer a esta familia rojiblanca.
Porque lo importante es lo que somos, y lo que
seremos, únicos. Da igual donde juguemos, pero con la ventaja de que nosotros
jugamos en San Mamés.
doy fe de que en casa sois muy de comer y llegar tarde. Algo menos de contestar educadamente al teléfono a la hora d e comer...
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