jueves, 23 de mayo de 2013

Hasta luego San Mamés


Al principio de este año futbolístico (los años para los futboleros empiezan como para los estudiantes en septiembre) todos los athleticzales sabíamos que este día llegaría. Sí, es cierto. Pero no lo extrañábamos tanto, porque justo al lado de nuestro querido San Mamés ya estaban levantando el nuevo campo. Un campo que controversias aparte no iba a llevar el mítico arco de la Catedral.

Tampoco creo que sin el arco vayamos a ser diferentes, pero es un símbolo, quizás no como el árbol de Gernika, pero para nosotros es importante y debiéramos conservarlo, a ser posible cerca del actual emplazamiento y que siga recordándonos lo que este centenario campo ha significado para todos.
A mí en particular, lo vivido bajo ese arco, me trae muchos recuerdos y todos buenos. Creo que mi subconsciente no recuerda los partidos malos, o aquellos en los que nos jugábamos el descenso. Seguramente porque siempre salimos airosos, siempre en primera y siempre apoyando al equipo, algo que otros no pueden decir. Así que iré con los recuerdos buenos, los mejores de mis 31 años de socio, que se los debo a mi padre y a mi madre, a quienes nunca podré estar lo suficientemente agradecido de haberme hecho el maravilloso regalo (y cada 6 de enero lo siguen haciendo) de ser parte de esta gran familia, que se reúne con mayor asiduidad que la propia si te descuidas, y que comparte algo que sólo los que lo conocen pueden entender. Y los que no, podéis ver la película Fever Pitch sobre el Arsenal que se acerca bastante. De hecho, mi carnet ha sido utilizado por amigos que han podido comprobar que este estadio es diferente y único. Y he podido hablar en persona con Michel, y como él me dijo, el himno no suena en ningún otro lado como suena en San Mamés.
El ritual dominguero de mi infancia era el de salir corriendo con la comida en la boca un domingo a las cinco menos veinte. En casa siempre hemos sido de comer tarde (y de llegar) con lo que la carrera hacia el bote (barquito en el que se hacinaban unas 30 personas con serio riesgo de hundimiento en la ría) para después subir las cuestas de Olabeaga era toda una aventura, con un añadido de peligrosidad: el humo de cientos de puros que sinceramente no molestaban como ahora, ese olor que hasta hace bien poco siempre he relacionado con tardes de fútbol. 
En días de sol, dependiendo en qué localidad estuvieras el verde de la Catedral brillaba como si fuera el mismísimo Edén, y Dios, que seguramente si le gustara el fútbol sería del Athletic, compartiría la bota de vino con los aficionados de turno. Esa bota, que generación tras generación, junto con la bufanda y el bocata de las noches coperas son símbolos que nadie puede borrar jamás. Pasaron las Ligas de los 80 y nuestro equipo empezó con sus altibajos. Los demás equipos se reforzaban con extranjeros y cada día era más difícil ganar -antiguamente, meterle cuatro a la U.D. Las Palmas era de lo más normal, ahora viene el Getafe o el Mollerusa y te echas a temblar-; pero fuera aparte los más recientes éxitos de la Europa League, que creo han marcado un antes y un después por las formas (Bielsa quédate) en San Mamés, recuerdo con nostalgia los partidos en los que plantábamos cara y muchas veces ganábamos al Madrid y al Barcelona, las eliminatorias europeas contra Liverpool, Newcastle o Parma, el partido del centenario contra Brasil o la tourné del Milan patrocinada por TeleBerlusinco en la que venían de equipo imbatible hasta que supieron lo que es San Mamés. Y es aquí donde quiero llegar porque el protagonista es este. Nuestro campo cumple cien años y aunque el nuevo llegue a los trescientos, el espíritu que tenemos que lograr trasmitir al nuevo es el de que aquí no gana nadie si no suda la gota gorda. Somos grandes porque los equipos venían aquí a demostrar que eran merecedores de jugar en la Catedral. Y para seguir siendo respetados debemos seguir con los cánticos y con la presión que por sí solo trasmite el nombre de San Mamés. La misma presión que levantó un 2-0 al Sevilla en veinte minutos para clasificarnos para la final de Copa de 2009 y de la que el presidente Del Nido aún conserva su propia canción.

Decir adiós es duro, pero si sirve para encarar el futuro del club de fútbol más grande con optimismo, bienvenido sea. Igual que los corazones y las gargantas de todos los que alguna vez se han sentado en estas gradas, continuaremos alentando a nuestro Athletic en San Mamés Barria. En este campo los triunfos van más allá de los puntos y de las copas, y lo que se gana en cada partido se debe mantener como nuestra tradición, invicta con el paso de los años. El abrazo al desconocido de al lado, que vota a otro partido político que no es el tuyo, o que escucha música con la que tú vomitarías, dice mucho de lo que es pertenecer a esta familia rojiblanca.

Porque lo importante es lo que somos, y lo que seremos, únicos. Da igual donde juguemos, pero con la ventaja de que nosotros jugamos en San Mamés.

1 comentario:

  1. doy fe de que en casa sois muy de comer y llegar tarde. Algo menos de contestar educadamente al teléfono a la hora d e comer...

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